El ser humano tiende a acostumbrarse con facilidad a lo bueno de la vida, mientras que a lo malo – con mucha dificultad. Lo que posee – es natural y obvio. Lo que no – es insoportable.
Cunado un hijo recibe de sus padres todo – le parece natural. Pero cuando no recibe algo – hace un escándalo…
Sin embargo, de la parashá aprendemos que el “no servir a Hashem con simjá cuando se tiene todo”, tiene consecuencias graves. Es peligroso ser mal agradecido.
¿Qué hacer para no acostumbrarse a lo bueno y saber agradecer?
La respuesta se encuentra al comienzo de la parashá:
Meses de trabajo, sudor y esperanza llegan a su fin. Los primeros frutos de la tierra representan todo el esfuerzo invertido por la persona. Tal como dice la guemará, el esfuerzo encariña a la persona con sus frutos.
Se podría pensar que la mitzvá de bicurim, de entregar los primeros frutos de la tierra a los cohanim en el Beit Mikdash, es una mitzvá muy difícil. En realidad, es todo lo contrario.
Una persona que recibe su primer sueldo, no busca gastarlo solo. Quiere compartirlo, invitar a su familia y amigos a festejar juntos…
La alegría y la satisfacción, dice Rav Desler, despiertan la bondad. Si está contento con lo que tiene ¡le quiere dar a los demás!
Cuando la persona ve aparecer sus primeros frutos, no los quiere solo para sí mismo. Al contrario, quiere festejar y compartir. La mitzvá de bicurim no exige una entrega más allá de la voluntad de la persona. La mitzvá permite canalizar esta natural alegría por lo nuevo, hacia Hashem, y desarrollar la sensibilidad de agradecer, también, por lo cotidiano.
En la época del Beit Mikdash llegaban caravanas a Yerushalaim, con sus canastas de frutas adornadas, cantando, festejando y agradeciendo.
Ahora, con su falta, para encender la llama del agradecimiento por todo lo bueno que nos rodea, hay que aprovechar los momentos de satisfacción natural. Cuando la alegría surge de lo profundo del corazón, espontáneamente, levantar la mirada hacia el cielo y… agradecer.