Cuando el pasuk dice que Yaacov se queda solo “vaivater Yaacov levadó”, está indicando el nivel más alto al que un ser humano puede llegar. Esa soledad se compara en el midrash con la unicidad de Hashem que no necesita o depende de nada. La persona no va a llegar a ese nivel, pero mientras más se acerque – más elevada se considera.
Un niño pequeño es un ser absolutamente dependiente, no puede ni siquiera comer por sí solo, sin la ayuda de sus padres. La madurez de la persona se mide justamente por la capacidad de ser autosuficiente. Pero hay un punto, en el adulto, en el cual el crecimiento suele detenerse.
Es adulto, pero ¿es realmente independiente? Su estado de ánimo depende de su situación económica, de cómo lo trata su pareja, de las oportunidades que se le ofrezcan o de lograr las metas que se ha propuesto. ¡Es dependiente de factores externos!
El objetivo que tienen todos los padres en la educación de sus hijos, y el sueño que tienen los adolescentes de ser independientes, en muchas ocasiones se pierde en la adultez.
Nuestra aspiración debe ser luchar para depender cada vez menos de factores externos. Tener un mundo interno en el que cada uno es capaz de encontrarse consigo mismo, sin la atadura que nos impide liberarnos.
La mishná nos enseña que hay tres cosas que sacan a la persona de su mundo interno: la envidia, la tentación y la búsqueda de reconocimiento. En la medida que logremos desapegarnos de esos tres elementos, vamos a enriquecer nuestro propio mundo interno. Vamos a poder estar solos, sin miedo, sin que nuestra existencia, nuestro ser, dependa de factores externos.