En la época profética, dice el Gaón de Vilna, cada persona se dirigía al profeta para consultarle cuál era su misión de vida. Así, cada uno sabía a qué dedicarse y cuál era su desafío personal.
Cuando se acabó la profecía, existía todavía ruaj hakodesh en abundancia y, aunque no era el mismo nivel de conexión como en la profecía, permitía conseguir las respuestas a las dificultades de la vida.
Con la declinación de las generaciones, perdimos también esa iluminación espiritual y quedamos en la oscuridad de la incertidumbre. No sabemos a dónde vamos ni que debemos hacer…
Ahora, nuestra tarea es hacer lo correcto, en cada momento, sin saber cuál es el destino final. No tenemos la capacidad de descubrir cuál es nuestra misión de vida. Debemos entregarnos a Hashem con humildad y luchar para hacer el bien, en cada escenario que Hashem nos ponga por delante.
Hashem le dio a Abraham la orden de salir de su país, para ir “a la tierra que te mostraré”: salir y caminar sin conocer el destino final. ¿Por qué no recibió una revelación? ¿Por qué no se nos revela a cada uno de nosotros nuestra razón de existir?
Explica Rashi que Hashem quería aumentar la recompensa de Abraham. Es más difícil caminar sin un destino claro y, eso, merece una recompensa mayor.
Según Rav Yerujam, el mérito se multiplica no solo por la dificultad de la incertidumbre, sino porque cada paso se trasforma en una mitzvá por si misma:
Si hubiese recibido la orden de dirigirse a la tierra prometida, desde el principio, todo el camino transcurrido sería considerado como una sola mitzvá. Ahora, por desconocer su destino, Abraham tiene que escuchar a Hashem, en cada paso que da, para saber qué camino seguir. Cada paso es una mitzvá por sí misma.
Es difícil vivir con tanta incertidumbre y, por eso, en esta generación se multiplica la recompensa. Pero lo más importante es que la incertidumbre, sobre qué camino seguir, nos permite volver a conectarnos con Hashem en cada decisión, y consultar permanentemente, y no solo al principio, qué dice la Torá.