Esta semana se termina el libro Bereshit, que trata de las bases de la historia, desde la Creación del mundo hasta la muerte de Yosef, cerrando la época de los patriarcas. La vida de los patriarcas es la base del pueblo judío, tal como la Creación del mundo es la base de la humanidad.
En ese momento clave, del paso entre la época de los patriarcas a las próximas generaciones, resalta la brajá que Yaacov le da a sus nietos, Efraim y Menashe, los hijos de Yosef.
Dice Rashi que de ahí en adelante, todos los padres bendigan a sus hijos diciéndoles: “que seas como Efraim y Menashe”.
Hay muchos ejemplos a seguir, también Yaacov tenía otros nietos tzadikim ¿qué tienen de especial Efraim y Menashe?
La cualidad que representa a Efraim y Menashe es que son nearim – jóvenes. No era su grandeza como hombres, la razón de tomarlos como ejemplo, sino su grandeza como hijos.
Una persona puede aprender y crecer por ser un buen alumno de sus profesores o por elegir buenos amigos e influencias. La grandeza del resto de los nietos de Yaacov podía ser producto de las influencias positivas que tenían al estar juntos, apoyándose mutuamente.
Efraim y Menashe no tenían ninguna de esas posibilidades en Egipto. La única fuente de aprendizaje que les quedaba era su papá. Solo ellos, al seguir el buen camino, demostraron que supieron ser buenos hijos – buenos discípulos de su padre.
La trasmisión de la Torá está basada en la enseñanza de padres a hijos. La enseñanza de Yaacov en ese momento tan crucial, un instante antes de que termine la etapa de los patriarcas, y del comienzo de la historia del pueblo judío, es que sepamos ser buenos hijos y aprendamos de nuestros padres.
Es una cadena de amor y de sabiduría: el papá y la mamá son buenos hijos de sus padres, ellos de los suyos, y así sucesivamente hasta los patriarcas, aprenden de sus buenas midot y ese aprendizaje lo transmiten a las próximas generaciones.
La mejor brajá que podemos dar a nuestros hijos es que sean buenos receptores de nuestras enseñanzas.